En la cueva del dolor, un pensamiento se escondía entre las sombras.
Hacía mucho tiempo ya que no se encontraba con otros pensamientos, ni con susurros, gritos o suspiros graves. En su soledad se escurría entre las piedras, delicado con la humedad de los muros, sin vislumbrar la luz ni el recuerdo de quien hace tiempo fue su creador.
El dolor ya no habita en la cueva, pero su nombre no se desvanece.
Una mañana oscura, el sonido de pasos vuelve a resonar de nuevo. Una presencia remueve el insoportable hedor a sangre seca y sudor, añejo, usado, desagradable.
Atento, el pensamiento se sitúa tras las sombras, alerta se desliza tras los pasos, y cuando el gozne de unas puertas chirría y el óxido del metal cae en pequeñas virutas al suelo, persigue los pasos más aprisa, y se aprieta entre las huellas y la pesada puerta.
-¿Qué hacías tú tras esa puerta?
Sorprendido el pensamiento se encoge en si mismo, tanto tiempo en soledad aguza los sentidos.
El miedo mata los pensamientos, el miedo discurre con confianza y se hace fuerte alimentandose sin parar de todo tipo de sensaciones, de debilidades, de penas.
-Pensamiento, sigue tu camino, ahora eres libre, busca tu lugar bajo la luz del sol, no te ocultes de nuevo.
Un esbozo de sonrisa, un momento alegre, un pensamiento renacido.
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