Poco a poco, la sombra brillaba más y más, negro azabache sobre el negro, negro brillante rodeado de la brillante luz negra de las velas.
Sombras entre sombras.
Seis pequeñas manchas blancas destacan en la cada vez más intensa oscuridad, también brillan, de las recortadas siluetas verdes, solo se pueden ver ojos pequeños, sin parpadeos, mirada aguda de cazador, todos los sentidos en su presa, esperando el instante justo.
Está cerca.
Manos menudas pero resueltas sujetan los hilos de la trampa, los segundos se convierten en eternos, una agonía atenaza cada músculo, el momento, el momento...
Un tirón, de un solo tirón se despliega la red de araña, y cuando parece que va quedar estirada en el suelo, va adquiriendo una forma. El brillo negro se empieza a mover con velocidad, pegado a la tela, sin poder despegarse.
Con la rapidez de un experimentado marionetista, con movimientos de brazos y manos la red empezó a dar vueltas sobre si misma, envolviendo más y más a la forma brillante, más y más negra, intentando en espasmos liberarse de un cautiverio desconocido.
El brillo de los seis ojos competía ahora con las sonrisas de satisfacción de los tres duendes. LOrbix había conseguido enrollar la tela sobre la forma negra, y esta cada vez se movía un poco menos, pasando de la angustia, a la desesperación hasta asumir la nueva situación y poco a poco, a la tranquilidad del que sabe que su fin está cerca.
Nada más lejos de la realidad.
Nada se sobreponía al silencio. Los duendes no hablaban entre ellos, cada uno parecía sumido en sus propios pensamientos, pero sonreían, de forma maléfica, una sonrisa que encogería el corazón del más valiente de los guerreros.
Con medida parsimonia, los tres duendes apagaron las velas, las recogieron, y salieron de la estancia cargando con el regalo de su Señor, pero esto solo era el primer paso hasta su entrega a El.
Entre pasillos angostos, en lo más profundo del castillo, los duendes se perdieron de vista. Ante de desaparecer, DOrbix tan solo le dijo unas palabras a un guardia - La tenemos, pronto volvereis a saber de nosotros.
Sombras entre sombras.
Seis pequeñas manchas blancas destacan en la cada vez más intensa oscuridad, también brillan, de las recortadas siluetas verdes, solo se pueden ver ojos pequeños, sin parpadeos, mirada aguda de cazador, todos los sentidos en su presa, esperando el instante justo.
Está cerca.
Manos menudas pero resueltas sujetan los hilos de la trampa, los segundos se convierten en eternos, una agonía atenaza cada músculo, el momento, el momento...
Un tirón, de un solo tirón se despliega la red de araña, y cuando parece que va quedar estirada en el suelo, va adquiriendo una forma. El brillo negro se empieza a mover con velocidad, pegado a la tela, sin poder despegarse.
Con la rapidez de un experimentado marionetista, con movimientos de brazos y manos la red empezó a dar vueltas sobre si misma, envolviendo más y más a la forma brillante, más y más negra, intentando en espasmos liberarse de un cautiverio desconocido.
El brillo de los seis ojos competía ahora con las sonrisas de satisfacción de los tres duendes. LOrbix había conseguido enrollar la tela sobre la forma negra, y esta cada vez se movía un poco menos, pasando de la angustia, a la desesperación hasta asumir la nueva situación y poco a poco, a la tranquilidad del que sabe que su fin está cerca.
Nada más lejos de la realidad.
Nada se sobreponía al silencio. Los duendes no hablaban entre ellos, cada uno parecía sumido en sus propios pensamientos, pero sonreían, de forma maléfica, una sonrisa que encogería el corazón del más valiente de los guerreros.
Con medida parsimonia, los tres duendes apagaron las velas, las recogieron, y salieron de la estancia cargando con el regalo de su Señor, pero esto solo era el primer paso hasta su entrega a El.
Entre pasillos angostos, en lo más profundo del castillo, los duendes se perdieron de vista. Ante de desaparecer, DOrbix tan solo le dijo unas palabras a un guardia - La tenemos, pronto volvereis a saber de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario