lunes, 1 de junio de 2009

Cacería

No es preciso que os recuerde lo complicado que es cazar en las sombras. Un cazador sin experiencia lo más probable es que sea engullido por alguna de ellas y pase a formar parte de la sombra de algún ser, grande o pequeño, animal, objeto o planta, convertido en una difuminada mancha gris, ocultándose de toda fuente de luz. En caso de tener suerte estará en alguna cueva o lugar sin luz, pero si por desgracia pasa a pertenecer a la sombra de algún ser de la superficie, quedará condenado al suplicio de las estrecheces de las horas de sol más intenso, antes de disfrutar del alivio de la noche. Extraña vida la de las sombras, pero eso, es otra historia.

El duende más anciano, conocedor de los secretos de las sombras, y amigo de seres del inframundo, se encargó de liderar la cacería.

El primer paso, conseguir todos los materiales necesarios para su captura. Pequeñas velas de luz negra para atraerla hasta la trampa, el collar y el cascabel para marcarla, la tela de araña viscosa para retenerla, y para su propia defensa, tapones de oidos hechos con hebras de cuerdas vocales de ángel para evitar ser engullidos por la oscuridad. Ya se preocuparían más adelante, una vez capturada de como traerla de nuevo a la luz. Eso y prepararla para El son sin duda tareas más gratificantes y un gran placer para unos duendes diabólicos que llevaban tanto tiempo encerrados.

DOrbix, Lorbix y ORbix eran los nombres de los duendes. Por separado podrían parecer pequeños divertidos y juguetones, pero juntos eran realmente temibles. Su dedicación en las tareas encomendadas, su pérfido sentido del deber y las pocas pero recordadas veces que habían sido llamados, les habían labrado una reputación envidiable entre los seres más ávidos de maldad.

Tres semanas les costó reunir todos los elementos, y una semana más eligiendo la sombra adecuada, en la que el brillo era más notable y constante. Parecía como si la sombra tuviera aprecio por ese lugar, un pequeño rincón en una de las salas del castillo, una zona cálida, cercana a una de las innumerables chimeneas.

Finalmente prepararon todo, nueve velas en un pequeño pentágono, cinco, una en cada arista, y cuatro más haciendo un cuadrado dentro del pentágono. La telaraña, entre dos de las velas interiores, con finos hilos para poder tirar de ella, arrastrándola sobre el suelo.

DOrbix se encargó de repartir los tapones para los oidos, a partir de ese momento, solo podían comunicarse por gestos, mil y una veces entrenados, medidos y controlados. De todas formas, no necesitaban escucharse, sus mentes al igual que su maldad innata, estaban unida y trabajaban como una sola. Tras repartirlos, se quedó de pie, con las manos en la espalda, esperando.

Lorbix se encargó de encender las velas del pentágono y tras eso, se situó a cargo de los hilos que sujetaban la tela, en cuclillas y completamente concentrado. En la sombra, interior, se empezaba a percibir un brillo insual, ahí estaba su víctima, acudiendo a su última cita en las sombras.

ORbix se encargó de encender las cuatro velas interiores, y como DOrbix, se retiró a una posición más retrasada.

La oscuridad de las velas negras comenzó a llenar la estancia, apenas dejando ver el brillo amarillo de los ojos de los duendes.

Todo estaba a punto, y ella, se acercaba cada vez más...

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